Mariposas.

Y quería llorar, pero no lo hice. Porque no podía. Porque no podía permitirme herirte una vez más con mis tonterías. Porque no podía permitirme verte sufrir por verme sufrir. Y por sufrimiento, el que sentía cuando te largabas. Nadie sabe qué es sufrir más que aquellos que se han tenido que despedir de sus seres queridos. Por sufrimiento el que llevaba la oruga de mi interior que no quería convertirse en mariposa. Porque el capullo lo llevaba por fuera, y la pobre oruguita se pensaba que nadie la convertiría en mariposa. Pero tú, cariño, tu me haces volar. Y yo quería volar contigo, pero no puedo. Una fina capa - llamémolse temor - nos separa. Mis alas y tus alas, juntas, provocan tornados en eso que algunos se empeñan en llamar corazón, pero a lo que yo más bien llamaría montón de polvo. Ve con cuidado, por favor. No soples muy fuerte, no vaya a ser que una parte de este montón se vaya volando y aterrice en ti. Es difícil volver a ordenarlo, ¿sabes? Me corre la sangre por las venas, pero la vida me la das tu. Y tu sonrisa. Y la mariposa que se ha venido a vivir en mi estómago, y que se despierta cuando me miras. Mariposas... En mi estómago, y en mi mirada. Y en nosotros, que somos dos capullos a punto de convertirse. Pero vigila, porque dicen que las mariposas son bonitas de lejos, pero que, si te acercas demasiado rápido, se van.

Tú.

Siempre me ha gustado la gente que sabe ser uno mismo, y nunca se preocupa de qué pensarán los demás de ellos. Quizás por eso no me gusto, quién sabe. Lo que sí sé es que cuando te vi, supe que eras de esos, de los que sonríen sin preocuparse por si le rompen la sonrisa a base de hachazos al corazoncito encerrado entre el invierno y la primavera.
Y me enamoré,
de ti.
Me enamoré cómo lo había hecho tantas otras veces, y como lo haré unas cuantas más. Me enamoré sin prever la caída, sin prever nada de esto, que es todo lo que me queda ahora. Me enamoré, o más bien dicho, me lancé de cabeza a ti. Me hice fan de tu sonrisa y vaya, que conciertos de hormigueo me ha dado en el mejor de los escenarios, el de mi barriga. Me perdí en esos ojos incoloros que hacían temblar a Neruda y a Cohelo.
Esos ojos son poesía.
Y todo lo demás, no.
Aunque, realmente, ¿qué hay más allá de tus ojos? ¿Qué hay mas allá de esa sonrisa que me haces cuando te digo esas tonterías tan mías - y tuyas - que sé que tanto te gustan?
Nada,
un infinito.
Es decir,
tu mirada.
Y las lágrimas que derramaste, ese día, se quedaron en mi interior y se convirtieron en goteras que desde entonces martirizan mi corazón y mi cerebro a diario. Tus ojos enrojecidos y tus mejillas ahogadas de pena, ahogadas de nostalgia. Y yo, entre todo eso, abrazándote para hacerte ver que no estás tan solo. Para hacerte ver que los restos fósiles de nuestro amor permanecerán siempre intactos, en mi piel. Como las marcas que ahora la decoran, cuando despertamos juntos.
No logro concebir el día en el que tenga que despertar, y tu no estés ahí. El día en que, después de toda una noche de cavilaciones, de sueños a tu lado, llegue la mañana. Y créeme, cada amanecer sin ti, es un amanecer perdido.

Con ese paraíso.

No quiero parecer algo que no soy por lo que voy a decir, pero yo creo que el amor tiene mucho que ver con tu sonrisa. Con ese paraíso. Nunca he sido una experta del amor, y quizás por eso ahora esté como estoy (pillada hasta las trancas de ti), pero créeme que si tuviera que definirlo, enseñaría una foto de tus ojos. De cómo brillan cuando escuchas esas canciones de toda la vida, esas que tanto te gustan. O quizás obligaría a escucharte cantar a todo aquél que me preguntara si creo en el amor, y después se lo preguntaría a ellos. Me has descubierto el amor a primer oído. Y porque el amor a primera vista ya lo conocía, que si no, también me habrías decubierto eso.
Me gustaría que me entendieras, chaval. Que te vieras desde mis ojos, que te escucharas desde mis oidos. Que sintieras lo mismo que siento yo cuando vienes, me miras, me tocas y te vas. O te quedas, da igual. Ese subidón. Ese aceleramiento sorprendente de mi corazón al ver tu mano buscar la mía y volver a perderla por encontrar antes la del miedo. Desearía que los dos fuéramos capaces de hablar más allá de las indirectas, que fuéramos capaces de decirnos que necesitamos algo más que un simple abrazo para despedirnos. Pero no, no tenemos los cojones, porque nos han roto antes, y nos da miedo volver a rompernos. Ojalá pudiera verte despertar, con tu carita, con tus ojitos. Verte amanecer a mi lado, y abrazarte, y besarte. Ojalá pudiera saber qué sienten esos que dicen que el amor es lo más bonito del mundo, y multiplicarlo por ochenta cada vez que te viera. Ojalá pudieramos tirarnos al acantilado del amor, sin preocuparnos por el golpe contra el suelo. Pero no podemos. Yo, porque no sé si tu quieres. Tú, porque aún no sabes que sí quieres.

Invierno.

Son las seis de la tarde. Lunes. Hace rato ya que el cielo y mi corazón tienen el mismo color. Un azul oscuro que me recuerda al mar intranquilo de las tardes de verano que pasamos en la playa. Un mar que representaba muy bien lo que sentía cuando estaba contigo. Éramos un océano en tormenta, y ahora no soy más que un pequeño lago en medio de un desierto de besos.

Quizás mi madre tiene razón y paso demasiado tiempo encerrada en casa. Pero, qué remedio tengo si ta han puesto las luces de navidad, que me recuerdan siempre al brillo de tus ojos cuando me decías eso de "Madre mía, que nunca te pierda a menos que yo me pierda contigo". Y dime, ¿quién no se habría enamorado de alguien como tú. Te digo, te repito, que nadie. Nadie es capaz de aguantar sin enamorarse después de ver esa carita de niño que me pones cuando te ilusionas por algo. Al verte, se desmorona todo el mundo, o por lo menos el mío. Aunque no tiene sentido que se desmorone mi mundo si tú sigues en pie. Pero ahora ya, ¿qué importa? Qué importa. Si ya no te apropias de los versos de alguno de esos poetas que te hicieron estudiar en literatura, y  me dices que son tuyos. Si ya no me cantas las canciones más romanticas que escuchas, como quien no quiere la cosa. ¡Qué importa!

No importa nada más que volverte a oír cómo me decías te quiero abriendo los brazos en vez de la boca, o viendo cómo se te iluminaban los ojos cuando tus palabras me iluminaban la cara. Ahora todo lo que importa es que hace frío sin ti, pero que se vive. O se sobrevive. O, bueno, de hecho sólo respiro e intento ignorar ese pinchazo que noto cuando algo me recuerda a ti. Ya sean las luces de navidad, el frío de la calle. O el cielo, que hace media hora que ha oscurecido. Como mi cara. Como tus ojos.

Lunares.

Y esas 6 pecas que había de tu cuello a tu pecho, joder. Esas 6 malditas pecas que se han instalado en mi mente, al lado del insomnio, y que ahora no me dejan dormir sin desear volver a pasearme por tu piel como quien pasea por el parque de las maravillas.

Miraba, o más bien dicho, admiraba cada una de las partes de tu cuerpo como si fueran obras de arte del mejor de los museos. Qué Picaso ni Van Gogh, la definición de arte son las arrugas que se forman alrededor de tus ojos cuando te ríes, o esa pequeña cicatriz que tienes en el labio de cuando te caiste con la bici. Y me hablan a mí de museos. A mí, que te he tenido entre mis brazos. A mí, que he reseguido con mis dedos el dibujo de tu cuerpo. Que no hablen de arte si no te han visto sonreír.

Sentía tu cuerpo como una parte del mío que me fue arrebatada sin más, y me dejó con menos. Menos de lo que tenía, menos de lo que quería y, sin embargo, más de lo que necesitaba si debía pasar el resto de mi vida sin ti.

Pero, aún así, era consciente de que yo a ti no te extrañaba. En absoluto. A ti no. Exrañaba la persona en la que me convertías, y esa facilidad tuya de hacerme sonreír. Extrañaba despertarme a media noche y no necesitar más música que tus respiraciones descompasadas. Salir de tu casa y recibir un mensaje diciendo que volviera a subir, que me echabas de menos. Pasear por las calles de nuestro barrio inventándonos las historias de quien fuera que vivía en esas casas, y después, al llegar a casa, leerte mis poesías y que te rieras de mí. Extrañaba las cosquillas que hacía tu barba en mi cuello cuando me abrazabas, o esa maldita revolucion animal que sentía en mi estómago cuando me besabas. Y créeme, los lunes eran bueno si te tenía a mi lado. Etrañaba cada uno de los detalles que te conformaban. Esa sonrisita, esa manera de mirar. Extrañaba muchas cosas de ti, pero, ¿a ti?. No, a ti no te extrañaba.

Dark days.

Todos los que hayan estado tristes te sabrán decir que la depresión no tiene nada de poético. Pero, ¿cómo si no explico el vacío de mi corazón? Pues para esto sirve la poesía. Para desahogarte, para rellenar con palabras el hueco que la realidad ha dejado en ti.

Hay veces que puedes sentir como tu corazón se reduce hasta desaparecer, y cómo la tristeza ocupa el vacío que quizás preferirías sentir. Solía pensar que esto era porque las cosas que te ponen triste eran como agujas que se clavaban en tu corazón y lo hacían desaparecer. Fue a base de pinchazos que comprendí que como mayor era la aguja, más larga la desaparición.

Hay veces, sin embargo, que no hay nada que rellene el vacío que deja tu corazón. Intentas mantenerte ocupado, intentas no pensar en ese maldito agujero negro que se expande en tu interior. Y esta es precisamente la razón por la que los días malos son los días negros, porque la oscuridad de tu interior te carcome y te envuelve hasta acabar mostrándotelo todo en escala de grises. Igual el problema esta en que la gente triste como yo no tenemos miedo de la oscuridad.

De pequeña los cuentos me dijeron que siempre tendría alguien, que nunca estaría sola. Y sin embargo, aquí estoy, con mucha luz y todo a oscuras.

Nostalgia veraniega.

Ayer, entre claras, besos, risas y bromas, no pude evitar imaginar qué pasaría dentro de 20 años, al reencontrarnos una noche en el bar de siempre. Supongo que yo sería la primera en llegar, como siempre, y que vosotros iríais llegando, de uno a uno. Y pasarían las horas. Las dos, las tres, la cuatro. Y veríamos salir el sol, cómo hacíamos antes, recordando viejos momentos, y creando nuevas bromas.

Recordaríamos, supongo, nuestras primeras borracheras, y esa época en la que nos dio a todos por no beber porque decíamos que queríamos ser sanos. También, con más de una cara sonrojada, recordaríamos esos triángulos amorosos que se formaron, con 18 recién cumplidos, entre los tres chicos de siempre, y las tres chicas de siempre. Recordaríamos todas las fiestas mayores, las tardes en la muralla del pueblo, y las mañanas en la piscina. Recordaríamos ese verano. Sí, ese, el verano en el que todos sabíamos, y temíamos, que terminara el verano. Porque fue justo después de ese verano cuando cada uno hizo su nueva vida, y, a pesar de intentarlo, no fuimos capaces de encajar a nuestros viejos amigos en ella.

Anoche, entre birras, sonrisas y algún que otro suspiro de amor platónico, no pude evitar imaginar qué pasaría después de este verano que, con 18 recién cumplido, hemos aprendido a ser nosotros mismos. Y, creedme, tampoco pude evitar entristecerme al pensar que la vida nos obliga a alejarnos de esas murallas de reflexión, de esas fiestas que nos enseñaron más que la escuela, de esa gente que nos apoyaba más que la família.

No sé qué nos pasará después de esta última puesta de sol del verano. Pero sí sé que, de aquí 20 años, nos reencontraremos otra vez, los seis, en ese bar que nunca cambia, y nos daremos cuenta de cuánto hemos cambiado nosotros.

Tú vs yo.

Supongo que podrías decir, sin miedo a equivocarte, que te echo de menos. Que echo de menos despertarte cada día con un buenos días. Que echo de menos luchar por una relación que sólo yo quería. Que echo de menos bailar al son de la música con mis pies sobre los tuyos. Supongo que este vacío
que siento dentro es la fatla de tus manos envolviendo mi cintura mientras hablas en sueños sobre mi pecho. O quizas es que no he logrado desacostumbrarme a ti, aún. ¿Quién sabe? Igual sólo es un poco de ganas de ti, de tus besos, que se me acabará pasando con el tiempo.

Supongo que podría decir, sin miedo a equivocarme, que me has olvidado. Que ya no recuerdas lo que te escribía, y mucho menos lo que te decía. Que te alivia no tener a una pesada a tu lado intentando mantener algo imposible. Que te alegras de poder bailar sin dolor en los pies. Supongo que has empezado a dormir mejor, sin nadie que te aplaste los brazos. Y quizás ya te has desacostumbrado a mí. ¿Quién sabe? Igual nunca tuviste ganas de mí, de mis besos, y por esto te alejaste.

Lluvia.

Me gusta la lluvia. Siempre me ha gustado. De pequeña mis padres solían decirme que la lluvia se llevaba la suciedad, y siempre creía que se referían a la de las calles. Cada vez me cuesta más pensar que no se referían a la de mi vida. Me gusta el sonido de las gotas de agua estrellándose a gran velocidad contra mi ventana. A veces me gusta pensar que van en busca de su amor, otras que van en busca de su muerte. Cuando hay tormenta, me gusta más. La lluvia y los truenos suelen hacer que las voces de mi cabeza se olviden de odiarme y, por una sola vez, digan cosas bellas, hermosas, bonitas. Como la lluvia, que es preciosa.

Me gusta salir bajo la lluvia y que nadie pueda distinguir mis lágrimas de las del cielo. Algunas veces bailo y otras sólo camino. Depende de las ganas que tenga de desaparecer. Porque la lluvia me da ganas de cambiar. Se lleva la suciedad, ¿no? Pues que se lleve toda rutina de mi vida. Que me cambie, a mí, a mi pasado, a mi presente. A mi futuro no, porque de eso ya me ocupo yo.

De la lluvia me gustan incluso las goteras. Me recuerdan a las goteras que hay dentro de mí, en mi cabeza, en mi corazón, en mis ojos. Y el cielo, cuando llueve, me recuerda a mi estado de animo, que parece ser proporcional a la cantidad de lágrimas que llora la gente que está en el cielo, que nos extraña. Me gustaba pensar eso de pequeño, que la gente que echo de menos está en el cielo y, a veces, cuando me ven triste, llora por mí. Pero no tiene sentido. Si esto fura así, el cielo lloraría siempre.

18 años.

Voy a romperme los esquemas. No volveré a hacer nunca lo que siempre he creído que tenía que hacer. Voy a experimentar, a probar. Soy joven, joder. Tengo 18 años, una vida por delante y alguna que otra experiéncia útil. No puedo encerrarme ya entre las paredes de "es o que toca". Voy a dejar de hacer cosas porque es lo que se supone que tengo que hacer, y voy a empezar a hacerlas porque quiero hacerlas. O porque algo dentro de mí me dice que estaré mejor haciéndolas.

Voy a experimentar de todo. Sexo, drogas, alcohol, fiesta... Sí, pero también libros, tranquilidad, paz, descubrimientos... Voy a empezar a ser esa chica bohémica que cautiva a todos por su aura difierente. Voy a empezar a ser la chica que cualquier artista querría tener como musa. Con mis fallos y mis perfecciones. Con mis altos y mis bajos. Joder, voy a empezar a ser yo misma. Tengo 18 años y una vida por delante, no puedo encerrarme ya en mis pensamientos. Abriré la menta, las piernas, los brazos, los ojos y el corazón a todo lo nuevo que llegue a mi vida.

A partir de hoy estaré feliz, triste, asustada, estresada o nerviosa. Tendré mariposas en el estómago, sueños en el corazón y amores en la cabeza. Moveré los pies, los brazos, el alma, el cuerpo a mi gusto, cuando quiera y como quiera. Haré un poco de todo, y mucho de nada. Trabajaré y haré el perezoso, y dormiré y pasaré noches acompañada por mi insomnio y un cerveza. Y veré salir el sol, y desearé ser la luna para perseguirlo. O no, ¡qué coño! Seré el puto sol que va a iluminar mi vida. Y nadie, jamás, va a ser capaz de frenarme.
Hola pequeño. Llamaba para decirte que he decidido olvidarte. Quería decirte que esta va a ser la última vez que me oigas susurrando cuánto te quería. No volverás a saber de mí, por lo menos por mi misma. Voy a empezar a fingir que no existes y, igual así, con el tiempo, acabo creyéndolo. Igual acabaré creyendo que para mí, nunca fuiste más que ese chico mono con el que me hablaba pero con el que estaba segura que nunca, jamás, pasaría algo.

Te digo, como siempre, que tires adelante. Me hundiste, sí. Pero no quiero que te hundas tú ahora. Así que ojalá te vaya muy bien todo, ojalá encuentres a alguien con quien conectes lo suficiente como para hacer algo más que fingir que la quieres. Y yo te iré dando empujoncitos, desde mi cabeza, a que quieras a la gente. Porque ya sabes lo que digo siempre, el amor mueve montañas.

Te llamo por última vez, porque he decidido olvidarte. Pero creía que tenía la obligación de decírtelo. Creía que debías saber que no volverás a saber de mí. Sigo recordándote, cada noche. Me cuesta adormirme cuando recuerdo cómo paseaban libremente tus manos por mi cuerpo. O cómo eras capaz de hacerme temblar con una sola mirada. A veces recuerdo incluso cómo las comisuras de tu boca subían un poco cada vez que me decías que me querías. Sigues doliéndome. Te lo digo porque creo que es esto, precisamente, lo que querías. Destrozarme. Pues, por última vez, te felicito. Lo has conseguido.

Sad nights.

Una vez me dijeron que si te duermes triste, no recuerdas tus sueños. Pero eso no es verdad. Tu fuiste un sueño y no dejas nunca mi cabeza. Y eso que estoy triste. Igual más que un sueño fuiste una pesadilla. Una larga, triste y repetitiva. Una de esas de las que no despiertas hasta que acaba, o hasta que estas a punto de morir. Yo desperté, al final, cuando te fuiste. Y estuve a punto de morir.
¿Qué me has hecho? Te recuerdo cada día, y te sueño cada noche. Has calado muy hondo en mi. Los círculos concéntricos que conforman mi vida empiezan y terminan en la tuya. Me has vuelto debil e inutil. Inutilmemte debil, eso.

Te has convertido en la cima de una montaña que no puedo escalar. Me has hecho perseguir estrellas fugaces para poder desearte, y ni eso ha servido. Me has roto en tantos pedazos que ya ni contarlos es posible.
Y yo recuerdo tus besos. No había invierno que mi hiciera temblar tanto como tus manos descubriendo lentamente mi cuerpo. No había tornado más fuerte que el que agitaba mi corazón cuando me besabas. No había mariposa que volara más rápida que la que removía mi estómago cuando me mirabas de esa manera, como escaneándome, como pidiéndome permiso para entrometerte en mi cabeza. No hay tormenta más húmeda que la que cayó de mis ojos cuando te fuiste.
Mírame: estoy hecha polvo. Intento dominar los pensamientos en mi cabeza, pero se escapan a buscarte. Dicen que después vuelven, pero nunca es así. Se pierden en ti y en tu sonrisa, y nunca encuentran el camino de vuelta. Y el mapa lo tienes tu, bien guardado. Lo tienes por ahí, con los trozos de mi vida que te llevaste. Quédate el mapa, pero devuelveme la vida, te lo suplico.

Adiós.

Mamá, papá, me gustaría poder decir que esto no es culpa vuestra. Ojalá pudiera empezar esta carte diciendo que si hago esto es por la escuela, por mis amigas o por mi misma, que nunca me parezco suficiente. En parte sí, en parte es eso. Pero lo siento, no puedo haceros sentir bien. Esto es completamente vuestra culpa.

Antes de irme quería pedir perdón por ser el desastre de hija que soy. Sé que no doy más que problemas, que mi salud física y mental os molesta, que os gustaría que estuviera deglada y fuera guapa. Lo sé, a mí también, es sólo que no puedo. Lo siento por no sacar las notazas de mi hermano. Varias veces he intentado ser él, pero lo juro, no puedo.

Siento no saber cuándo debía y cuándo no ayudar en la casa. Lo siento por pasar más horas leyendo encerrada en mi habitación que emborrachándome con mis amigas. De hecho, lo siento por no tener amigas. Lo siento por pasar tantas horas en internet. Quizás aquí es el único sitio en el que se me entiende.

Pido disculpas por todo el dolor que os he hecho pasar. Y por todo el que vendrá ahora. Lo siento, de verdad. Siento incluso esta manía mía de pedir disculpas por absolutamente todo. Lo siento por nacer, no tuve elección. Pero ahora sí, puedo irme. Y por eso, a parte de disculparme, quería deciros que muchas veces, más que una bronca, necesitaba un abrazo. Y que me voy a buscar los abrazos que me han faltado, que regañarme ya se sola.

Me llegas tarde.

Son las 12 y media de la noche de un triste sábado de primavera, y estoy en casa esperándote. No le he hechado el cerrojo a la puerta para que puedas entrar con la llave que ya sabes que mi madre siempre deja bajo el felpudo por si llego muy tarde. Pero esta vez eres tú el que llega tarde. Vuelve ya, por favor. Llevo quinze sábados consecutivos esperándote, y aún no vuelves.

El termómetro dice que estamos a 20 grados, pero yo estoy helada. No me extraña, tampoco. No hay manera de calentarme si no es con tus besos, o con tus abrazos. O mejor aún, con ambos. Y yo me lo imagino, tu y yo, solos. Con el sol escondiéndose como si se fuera a ir para siempre, engañándonos con una puesta de sol que enamora. Y el viento contra mi pelo, y mi pelo contra tu pecho. Te miro a los ojos, y aún logro encontrar ese brillo que te llevó a presentarte a mi casa una vez de madrugada, hace quinze fines de semana, porque sabías que estaba triste. Me has convertido en un desastroso invierno. Ahora también estoy triste, pero parece no importarte demasiado.

Te miro y te acercas, lentamente. El mundo se para y vuelvo a sentir ese último beso. Te prometo que mi memoria no funciona bien des de que me dejaste, que ahora ha convertido en eterno ese momento. Pero da igual, mejor así. Prefiero recordarte que desearte, aunque acabo haciendo ambas.

Me dueles, me hieres, me rompes. Eres peor que la pistola en las sienes del suicida, porque la pistola mata, pero tú... Tú destrozas poco a poco. Como torturando. Como volviéndome a la vida justo antes de morir.

Vete ya de aquí, de mi vida. No puedo más, te pateo en mi cabeza, pero sólo me duele a mí. Y yo, inútil a más no poder, te deseo felicidad. A ti, que me has roto en pedazos. No tengo remedio. Pero que más da, seguiré esperando a que aparezcas, un sábado como ese, o como este, quizás, a las dos de la madrugada, para acabar de rematar. A mí o a mis penas, lo que te pille antes
.

Corazón suicida.

Maldito corazón, ya has vuelto a hacer de las tuyas. No llevas la razón, no te ilusiones, no me hagas tal putada. Él lo pasó mal, no te enamores de su historia. Sus palabras no són lo que crees, no las cambies. No te tires, por favor, al acantilado de su sonrisa. Vuela por sus ojos, pero no te atrevas a aterrar en su corazón. Que no te líes con su corazón, no otra vez. No te drogues con su piel, ni acojas sus manos. Evita descubrir en su cerebro un paraíso para el mío, y ni se te ocurra dejar que me ría con él.
Por favor, corazón, no derrumbes mis muros para encontrarte con los suyos. No vayas a la búsqueda de su corazón porque está enjaulado, u ocupado. Da igual, no puede estar contigo. Antes de actuar, piensa en las consecuéncias. No me quedan vendas (ni fuerzas) para curarte. No dejes que se te meta a dentro, querido corazón, porque te hará estallar en pedazos otra vez. Y, créeme, ya no soy capaz de rehacerte.

Corazón, céntrate. No permitas que mis ojos busquen los suyos, ni que mis labios quieran probarlo. No dejes a mis manos encontrar su tacto, ni que mis dientes se acostumbren a morderle. No bailes al son de su risa, ni te pongas a correr al leer sus palabras. Ni siquiera te permito endormecerte con sus caricias, con sus abrazos, con su mirada. No, déjalo. No te dejo. No quiero quererle. Hazme caso esta vez, te lo suplico. No soportaré volver a caer.

Lo juro.

Juro por lo que más quieras que lo estoy intentando, de verdad. Estoy intentando olvidarte. Y ahora no es como las otras veces, que lo decía por poderte decir algo. Ahora lo digo siendo completamente consciente de lo que cuesta vivir sin ti. Ahora lo digo porque he llegado a la conclusión que o te olvido, o me quedo aquí el resto de mi vida sufriendo por alguien que es feliz sin mí. Y aunque suene
egoísta, creo que aquí o somos felices todos, o no es feliz nadie.

¿Qué es eso de que tú estés tan guapo y sonriente, y yo esté aquí co esta cara triste? Se acabó, tengo que olvidarte. Por orgullo, o por sentido común. Estoy loca. Loca de remate, lo juro. Pero no tanto como para seguir amándote para siempre. Quiero decir, podría hacerlo, claro que podría. Te quiero ahora, y te deseo a cada instante. Pero no quiero, porque hay instantes que la locura me vuelve cuerda. Y esta cuerda, cariño, será la que te ahogará en un futuro. Y no, no quiero. No quiero que a ti te falte el aire, y a mí me sobre.

Te quiero, juro por todos los dioses que te quiero más de lo que he querido a nadie jamás. Y te quiero por muchas cosas y por nada en concreto. Te quiero, y ya está. Pero ahora, llegados al punto en que no quieres ni verme, sólo puedo dejarte ir y esperar, en vano, que algún día recuerdes cuánto te quise y sonrías. O llores, no sé. Sólo espero que, de aquí muchos años, cuando tu vida se apague lentamente, te des cuenta de que nunca te habrá amado más que yo. Y si lo han hecho, permíteme decirte que yo, sin embargo, te amé mejor. Te amé del mismo modo que se ama a esa persona que te trae a la vida. Porque, seamos sinceros, fuiste tú quien me hizo renacer después del capullo.

Lágrimas, amigas mías.

Llorar es una putada. Tu nariz goteando, el sabor salado de tus lágimas llegando a tu boca después de haber cruzado tus mejillas. Pero peor es el sabor agridulce de todos tus recuerdos acumulados en la parte trasera de tus ojos, los cuales parecen haberse convertido en toboganes para tus penas. Y empiezas a llorar y llega un punto en el que te das cuenta de que no vas a parar. Piensas que vas a estar llorando durante toda tu vida, por cada error que hiciste. Lo peor viene cuando tu mente, en vez de intentar aturarte, te recuerda cada uno de los estúpidos errores que has cometido a lo largo de tu vida. Las gilipolleces que has dicho, y las veces que el qué dirán te ha parado de hacer lo que querías.
Empiezas a llorar y te das cuenta que tus lágrimas, que no són ni de lejos tan bonitas como las que salen en las películas, se han convertido, últimamente, en tus mejores - y únicas -  amigas. Que te acompañan en la soledad de la noche y te hacen pensar en todos esos recuerdos que tú preferías olvidar. Y tu almohada, harta ya de lágrimas, te pide que duermas. Pero es entonces cuando las lágrimas són más fuertes, justo en el momento en el que te das cuenta de lo sola que estás realmente. Por cada noche despierta, un amigo menos. Y así, hasta que te has encontrado a ti misma, finginedo una sonrisa por cada lágrima.

La gente se pierde.

A veces pasa, pequeña, que la gente se pierde. Y una persona puede perderse de muchas maneras. A veces se pierden en un pensamiento, y son incapaces de seguir el camino de vuelta. Otras, se pierden en un recuerdo, o en una imagen. O en un momento. A veces la gente se pierde en otras personas, o en partes de otras personas. Yo me he perdido muchas veces, ¿sabes? Me pierdo en sus ojos, y en sus carícias. Me pierdo en el montón de líneas corbas que conforman su sonrisa. Una vez, recuerdo, me perdí en su pecho. Y bajo las montañas que formaban sus pechos, encontré un pequeño tesoro, en el que me perdí más adelante. A veces la gente se pierde a si misma, también. Yo me perdí a mi misma varias veces, y sigo haciéndolo.

Pero, al contrario de lo que te dirán la mayoría, lo peor es reencontrarte después de perderte. A veces no, a veces es bonito. A veces. La mayoría de veces preferirías hacerte jirones la piel antes de darte cuenta la tristeza de la realidad en la que vives. Pero la vida es así, pequeña, te eleva a los más alto, te permite perderte en las cosas más bellas, pero después te arrebata ese momento de paz, y sólo te permite caer. Y ya sabes lo que dicen, como más alto estés, más bajo caerás.

Háblame de la noche.

Hola estrellas, os veo rotas hoy.
Os escribo con la esperanza de que mis temores sean finalmente escuchados. Qué ingénua, ¿eh? Lo sé. A veces me gusta pensar que hay ahí todas esas personas que no conozco, pero que podrían salvarme. Otras, veo vuestra luz como la linterna que guía mi camino. Pero la mayoría de veces veo la tristeza en vuestra unidad. Veo la noche como la puerta a mis miedos, como la puerta a los recuerdos, a la nostalgia. La oscuridad como reflejo de mi alma. Veo la noche más triste que una despedida en la estación.

Os escribo con la esperanza de poder recordar, y de ser recordada. Con la esperanza que me devolváis al instante que viví entre sus brazos. Con la esperanza de volver a sentirme segura con sus manos recorriendo mi cuerpo, con nuestros labios intentando derrumbar los muros del otro. Volvería a crear mil guerras si el premio fueran sus besos. Tengo la esperanza de volver a escuchar sus tonterías, y sus gilipolleces. Tengo un montón de esperanzas que sólo me llevarán al desastre.

Hola estrellas, os veo rotas. O quizás es que pintáis el reflejo de mi corazón.