A U T O D I D A C T A

Me enseñaron a esperar
porque enseñarme a luchar
les daba miedo.

Nadie sabía qué esperar
de la fuerza colosal
que tenía dentro.

Y me dijeron:
"Por mujer,
por pobre
y por ciudadana,
eres débil."

Ahora, pues,
no me queda más
que quejarme
en verso.

Y a quienes me enseñaron
a ser débil,
a esperar
y a desear
en vez de a luchar,

les digo, hoy, que
por mujer,
por pobre,
y por revolucionaria,
os doy miedo.

Porque no me enseñaron
a luchar,
a ganar
ni a hacer lo que quería.

Pero en el mundo de hoy en día
no me quedó otra
que volverme
autodidacta.

No sé qué me pasa.

Y no sé qué me pasa ya.

A mí,
que he visto al mayor de mis pilares derrumbarse por la tristeza,
que vi cómo a mi abuela se le apagaban los ojos.

A mí,
que he sobrevivido tantas noches a mis pensamientos,
y he dejado de hacer lo que no debía.

No sé qué me pasa que,
desde que te fuiste,
y volviste,
y te fuiste otra vez,
mis ojos ya no duermen,
porque si lo hacen,
no hacen más que imaginarte.

Ultimamente duermo desnuda,
así imagino que la sábana que me proteje es tu piel,
aunque no es tan cálida,
ni tan bonita,
y no huele como tú.

No sé qué cojones me pasa.

Si ya hice obras en mi cabeza,
para arreglar la gotera
que no paraba de pensar.

Si ya me arreglé las ojeras
y aprendí que, cuando llovía,
debía bailar.

Si ya sabía que a la tristeza
se la vence plantándole cara.

Pues no.
Ahora ya no.
Después de ti, ya no.

Y, joder,
te equivocaste otra vez,
mi vida,
te pedí que destrozaras mis esquemas,
no a mí.
No así.

(3 de Diciembre)

Mis manos con las tuyas
y el mundo contra nosotros.
«Te quiero», susurras.
Te digo que no lo he oído.
Miento.
Solo quiero escucharlo una vez más.
Quiero ver tus labios curvándose ligeramente hacia arriba cuando lo dices,
cuando lo sientes.
Y como brillan tus ojos,
que aclaran esta oscuridad que llevo dentro.

Mañana lloverá.
Y no porque el cielo este cubierto,
porque hace un sol que enamora
- aunque la mejor estrella la tengo junto a mi -,
sino porque me vuelvo a casa
(Y no a mi hogar.
Mi hogar eres tu.
Y te llevo siempre dentro).
Me deprimo de pensar que no estaré contigo.
Y esto no es normal, joder.
Yo no era así.
Yo no dependía de nadie antes.
Aún me saltan las alarmas cuando me besas de esa forma tan dulce.
Pero es que, si no me saltan las alarmas cuando no estas es simplemente porque
Si tu no estas,
nada funciona;
y las alarmas,
tampoco.

«Te quiero» te digo.
Y sé que es verdad.
Aunque mi manera de demostrarla sea rara.
Por ejemplo,
sabiendo que, a pesar de ser tan dulce, prefieres lo salado.
O que duermes pegado a la pared porque sino tienes miedo de caer de la cama.
O que tienes una luz muy brillante, aunque todo sea oscuro dentro de ti.
No se.
Hay muchas cosas que no se.
Hay muchas cosas que quiero saber.
Hay muchas cosas que quisiera haber querido saber.
O no.
Pero si algo tengo claro,
y quiero que lo sepas tu tambien,
es que te quiero.
Y que a pesar de no gustarme lo cursi
(aunque no lo parezca leyendo esto)
si eres tu quien lo dice,
quien lo piensa,
quien lo hace,
las maripositas despiertan de su ensueño
y bailan al son de la musica.
Es decir,
de tu voz,
en mi barriga.

«Yo más, vida.»
Vida.
Que es lo que me das.
Y sonrío,
porque te engañas,
y no lo sabes.
Porque yo te quiero más,
y tampoco lo sabes.

Recuerdo.

Recuerdo la primera vez que te vi,
te me grabaste en la retina.

Tu pelo,
con cada pelo
perfectamente
despeinado.

Y tus ojos,
verdes
como el pasto,
haciendo que tu mirada viajara
de mis ojos a mis labios
sin poder esconder el deseo
que en ella se habitaba.

Recuerdo subir a ese coche donde
miles de kilometros
nos separaban de tu cama,
donde podría, a besos,
comerte hasta el alma.

Y recuerdo irme de allí,
cogiendo tu mano,
y acariciarte el cogote.

Recuerdo irme de allí
vacía.
Sin ti.

Recuerdo irme de allí
sabiendo que volvería.

Recuerdo irme de allí,
para poder,
algún día,
volver a ti.

Entre broma y broma, la locura asoma.

Y un día ocurre, sin esperarlo, sin entenderlo, sin quererlo. O tal vez sí. Tal vez pasa como cuando encuentras algo que buscabas hace tiempo, mientras buscas otra cosa. Quién sabe. El caso es que empiezas a hablar con alguien. Y créeme, eres consciente de que empezáis a hablar por una chorrada. Sin duda alguna, eres consciente que todo lo que decís son puras gilipolleces. Pero te ríes. Y sabes que no deberías.

Lo sabes.

Mira, tengo muchos defectos. No soy la persona más lista del mundo, y soy bastante vaga. No sé montones de cosas, ni he leído más que hablado. Me considero alguien culto, sí, pero no los suficiente. Pero si hay algo que sí sé, si hay algo que puedo jurar y perjurar que es cierto, es que el amor se crea entre risas y a las tres de la madrugada. Lo tengo demostrado: si estás saliendo con alguien y a las tres de la madrugada no os reís de auténticas locuras que cruzan vuestra mente, es que realmente no deberías estar saliendo con esa persona. Déjala. Porque el amor va muy ligado a la risa. A la carcajada limpia que te llena y te vacía a la vez, y que te hace creer que sí, que esto va bien.

Pues eso

Que te ríes con él a las tres de la madrugada y sabes que la estas cagando, que no deberías. Que has pasado por esto ocho mil veces. Te convences que aún te cae mal, como cuando le conociste. ¿Te acuerdas? "Menudo subnormal" pensaste. Sí, bueno, ese subnormal te mantiene desvelada ahora. E incluso te avergüenza saber que sientes algo más que simple amistad. Porque, joder, nunca os habéis caído bien. ¿Porque ahora tienes ganas de llamarle a las 7 de la tarde y a las dos de la madrugada y a las once de la mañana? Cuando sea, qué más da. Lo importante es oír su voz, y su risa, y sus bromas.

Pero vamos a ver.

¿Cómo no te ibas a enamorar, eh? ¿Cómo? Si entre tu risa y la suya hay tres latidos más de los que deberían. Si tu broma y la suya comparten la misma locura. Locura sana. No una locura de manicomio, peor aún. Una locura de novela romántica.

Ay, madre de Dios.

No dejes que te haga enloquecer. Porque la cárcel del amor es peor que el manicomio.

Vuelvo a ti.

Llevaba tanto tiempo triste que me parecía irreal pensar que alguien pueda ser feliz.
Y sí, hay problemas muchísimo más importantes en el mundo que mi tristeza,
y gente mucho más triste.
Lo sé,
pero yo hoy estoy aquí para decir que he dejado de sentirme triste.
De hecho hace ya tiempo que no siento nada,
y permíteme asegurarte que prefiero la tristeza al vacío.

A veces me torturo pensando en ti,
sólo para comprovar que aún dueles,
que aún soy capaz de sentir dolor.
Y joder, cómo escueces.
Parece que el tiempo no haya pasado practicamente.
Todo es igual que cuando te fuiste,
todo,
menos tú.
Porque aunque no lo crea, sí ha pasado,
el tiempo.
Tiempo que sin ti, es solo empo.
Empotramientos constantes contra tu recuerdo,
eso es lo que es.

Echo de menos sentirme como tú me hacías sentir.
Echo de menos notar mi pecho desbordante cada vez que tus ojos cruzaban los míos.
Pero ya, qué más da,
qué importa,
si total,
sólo somos un montón de tiempo malgastado,
y otro monton de empo, y de empotramientos
contra los recuerdos
y contra nosotros mismos.

Pero bueno,
llevo tiempo sin sentirme triste.
Llevo tiempo sin sentir nada.
Y como últimamente no me siento orgullosa de nada,
empezaré por enorgullecerme de esto.
Porque dicen que de la tristeza al vacío sólo hay un paso,
lo que no dicen es si para eso tienes que avanzar,
quedarte quieta
o hacer como yo y volver hacia atrás.
Volver hacia ti.

He vuelto a escribir.

He vuelto a escribir. Y no sé si en estas palabras pretendo econtrarme a mi misma, o esconderme de ti, pero qué más da. lo que importa es que he sido capaz de separar lo que me haces sentir de este dolor que me he quedado dentro, y ahora ya no me duele pensarte. Ni escribirte. Me quedo el dolor para mí, porque no quiero verte sufrir, pero quédate tus los sentimientos que compartíamos, que parece que se te hayan olvidado, y a mí no me hacen falta. Ya tengo este vacío en mi corazón para recordarme que lo que yo sentí fue verdadero, y lo tuyo fue sólo un juego.

Solía decirte que eras un bebé porque claro, eras más pequeña que yo. Tu siempre decías que no lo eras y, visto como jugaste conmigo, tengo que decirte que sí. Que tenías razón. No eres un bebé, eres una cría. Y no entiendo cómo no me di cuenta antes, de todo esto. Cómo tuve que esperar hasta darme contra el muro para comprender que no había en ti más que curiosidad por lo que me provocabas.

Hay rabia dentro de mí. Rabia y dolor, y rabia por que me dueles, y dolor porque me estoy enrabiando contigo. Pero sin embargo, todo esto desaparece cuando por casualidad veo una de las fotos que me mandaste, o uno de tus mensajes, o cualquiera de tus posts en facebook. O a ti, en general. Porque como siempre, tu me calmas. TU me haces ser mejor de lo que era antes de conocerte, y sigues haciéndolo, y eso me hace sentir aún peor. Porque yo nunca pude hacerte feliz, y tu nunca podrás ponerme triste. Esa fue nuestra diferencia. Esta es nuestra diferencia. Y no me lo perdonaré nunca.

Pero no pasa nada. Porque por lo menos he sacado algo bueno de toda esta basura. He vuelto a escribir.

Locura.

Estaba enamorada de ti. Lo estaba hasta un punto que no era normal. Te quería con y desde cada pequeña parte de mi cuerpo. Y ni siquiera me vale decir que te quería a pesar de tus imperfecciones porque no, porque no es verdad. Te quería con tus imperfecciones, adoraba tus putas imperfecciones, joder. Me encantaba esa cicatriz del labio, y ese andar torzido. Me encantaban tus malas palabras y tu incultura. Quería de ti hasta esa manía tuya de dejar los cubiertos rectos al terminar la cena.

Tu y yo nunca fuimos normales, tengo que admitirlo. Pasábamos de nada a todo en segundos, y volvíamos a vaciarnos. Y daba igual si estabas lleno de amor, de rabia o de lujuria. Tus ojos siempre brillaban cuando me mirabas. Y yo, joder... Yo adoraba ese maldito brillo, ¿sabes? Lo adoraba con locura. Te juro que ningún psicoanalista podría llegar a analizar el nivel de locura al que me transportaban tus manos, tus ojos, tus labios. Tú. Me volvías loca, me hacías estar mal de la cabeza. Tanto que cuando te fuiste, llegó la depresión, y me enamoré de ella también. Porque me recordaba a ti, porque olía igual que tu. Porque la oscuridad con la que venía me recordaba al color de tus ojos, y estos me hacían acordarme de tu cara. Y de tu pelo. Y de tus manos. Y de tu pecho. Y de tu corazón. Y de tu alma. Y de ti. Milímetro a milímetro me enamoré de tus centímetros.

Lo consulté en el diccionario, entonces, entre beso y beso, y encontré por lo menos cien adjetivos para describir (o intentarlo) partes de ti. Pero a ti, ¿al completo? No. No había suficientes palabras en él para expresarte. Para expresarme. Para expresarnos. Éramos contrarios, y complementarios, y utópicos. Éramos, joder. Estoy segura que hasta la RAE estaría de acuerdo conmigo, si te conociera como lo hice yo, que "tú" era la única palabra que podía usar para hablar de ti. Deberías dedicarte a las letras, amigo, porque eras tal explosión de definiciones, que estoy segura que nadie domina la lengua como tu. (Y sácale todos los sentidos que quieras a esa frase.)

Eras una explosión de definiciones, y me estallaste en las manos. Y, con ello, estallaron mil sentimientos y lágrimas que jamás podré olvidar. Me estallaste en las manos y ahora, después de tanto tiempo, sigo intentando definirte con mis palabras que, después de todo, son lo único que me queda. Y que, encima, sé que a ti, precisamente a ti, se te dan bien.

Permíteme, una vez más...

Te escribo para mí misma,
pero te leo en voz alta
para que así puedas apreciarte.

No pretendo ofenderte,
pero me pareces analfabeto
cuando lees sobre ti mismo.
O igual eres disléxico,
y te confundes, mi amor, con Roma,
toda en ruinas. ¿Te identificas?

Lleno la hoja en blanco
de palabras mías para ti,
y te las traduzco a tu idioma,
porque sólo las entiendes así.

Y no entiendo cómo dices vivir sin poesía,
si poesía es todo lo que dices,
todo lo que piensas,
todo lo que haces.

Igual vives tan rodeado de poesía,
siendo tu mismo mejor que la épica de Homero,
que te parece que la belleza,
tu belleza,
es habitual.

Permíteme, una vez más,
meterte a la fuerza en mis versos.
Y permíteme, una vez más,
traducírtelos a besos.

Mariposas.

Y quería llorar, pero no lo hice. Porque no podía. Porque no podía permitirme herirte una vez más con mis tonterías. Porque no podía permitirme verte sufrir por verme sufrir. Y por sufrimiento, el que sentía cuando te largabas. Nadie sabe qué es sufrir más que aquellos que se han tenido que despedir de sus seres queridos. Por sufrimiento el que llevaba la oruga de mi interior que no quería convertirse en mariposa. Porque el capullo lo llevaba por fuera, y la pobre oruguita se pensaba que nadie la convertiría en mariposa. Pero tú, cariño, tu me haces volar. Y yo quería volar contigo, pero no puedo. Una fina capa - llamémolse temor - nos separa. Mis alas y tus alas, juntas, provocan tornados en eso que algunos se empeñan en llamar corazón, pero a lo que yo más bien llamaría montón de polvo. Ve con cuidado, por favor. No soples muy fuerte, no vaya a ser que una parte de este montón se vaya volando y aterrice en ti. Es difícil volver a ordenarlo, ¿sabes? Me corre la sangre por las venas, pero la vida me la das tu. Y tu sonrisa. Y la mariposa que se ha venido a vivir en mi estómago, y que se despierta cuando me miras. Mariposas... En mi estómago, y en mi mirada. Y en nosotros, que somos dos capullos a punto de convertirse. Pero vigila, porque dicen que las mariposas son bonitas de lejos, pero que, si te acercas demasiado rápido, se van.