Llegamos a tu casa y me desvelé en tu piel. No me dejé ni un rincón para descubrir después y, aun así, cada vez que vuelvo al paraíso que demuestra tu cuerpo, me sorprendo encontrando detalles que pensaba que ya había descubierto. Pero no, parece que tu cuerpo es una tesoro de detalles. O un tesoro, a secas. Y besé tu boca. Y me convenciste, sin haberlas probado, que las nubes tienen el sabor de tus labios. Ahora recuerdo lo que hicimos esa noche y me vuelve a gustar. Me acuerdo que al llegar a casa me enfadé por haberme vuelto enamorar. ¿Quién me iba a decir que ese orgasmo sería la puerta a tu amor? Creamos guerras en nuestras bocas, queremos conquerir el cuerpo del otro. Y te juro que tú ya has vencido mi corazón.Pero no sé por qué, ahora, pretendes que me vaya. Quieres tenerme lejos. Me dices que ya no me quieres, que quieres olvidarte de mí, y me sonríes. Sé un poco coherente, por favor. Esa sonrisa grita un"Quédate" como una casa. Esa sonrisa demuestra que tienes menos ganas que me vaya, que yo de irme. Pero tú sigues ahí, dale que te pego, insistiendo en... ¿qué? ¿En que me vaya? No, por dios, eso te destruiría más a ti que a mí. De pequeña le prometí a mi madre que nunca me volvería adicta a nada. Pero llegaste tú y tus puñeteros ojos almendrados y me obligaste a romper esa promesa. Me he vuelto adicta a ti, a tus besos, a tus cariños y a tus palabras. Así que no, ni se te ocurra intentar apartarme de ti. Porque, ¿sabes? Estoy tan enamorada de ti que creo que el día que muera, no pasará mi vida por delante de mis ojos: pasará la tuya. Porque, al fin y al cabo, mi vida eres tú.