Recordaríamos, supongo, nuestras primeras borracheras, y esa época en la que nos dio a todos por no beber porque decíamos que queríamos ser sanos. También, con más de una cara sonrojada, recordaríamos esos triángulos amorosos que se formaron, con 18 recién cumplidos, entre los tres chicos de siempre, y las tres chicas de siempre. Recordaríamos todas las fiestas mayores, las tardes en la muralla del pueblo, y las mañanas en la piscina. Recordaríamos ese verano. Sí, ese, el verano en el que todos sabíamos, y temíamos, que terminara el verano. Porque fue justo después de ese verano cuando cada uno hizo su nueva vida, y, a pesar de intentarlo, no fuimos capaces de encajar a nuestros viejos amigos en ella.Anoche, entre birras, sonrisas y algún que otro suspiro de amor platónico, no pude evitar imaginar qué pasaría después de este verano que, con 18 recién cumplido, hemos aprendido a ser nosotros mismos. Y, creedme, tampoco pude evitar entristecerme al pensar que la vida nos obliga a alejarnos de esas murallas de reflexión, de esas fiestas que nos enseñaron más que la escuela, de esa gente que nos apoyaba más que la família.
No sé qué nos pasará después de esta última puesta de sol del verano. Pero sí sé que, de aquí 20 años, nos reencontraremos otra vez, los seis, en ese bar que nunca cambia, y nos daremos cuenta de cuánto hemos cambiado nosotros.

