Nostalgia veraniega.

Ayer, entre claras, besos, risas y bromas, no pude evitar imaginar qué pasaría dentro de 20 años, al reencontrarnos una noche en el bar de siempre. Supongo que yo sería la primera en llegar, como siempre, y que vosotros iríais llegando, de uno a uno. Y pasarían las horas. Las dos, las tres, la cuatro. Y veríamos salir el sol, cómo hacíamos antes, recordando viejos momentos, y creando nuevas bromas.

Recordaríamos, supongo, nuestras primeras borracheras, y esa época en la que nos dio a todos por no beber porque decíamos que queríamos ser sanos. También, con más de una cara sonrojada, recordaríamos esos triángulos amorosos que se formaron, con 18 recién cumplidos, entre los tres chicos de siempre, y las tres chicas de siempre. Recordaríamos todas las fiestas mayores, las tardes en la muralla del pueblo, y las mañanas en la piscina. Recordaríamos ese verano. Sí, ese, el verano en el que todos sabíamos, y temíamos, que terminara el verano. Porque fue justo después de ese verano cuando cada uno hizo su nueva vida, y, a pesar de intentarlo, no fuimos capaces de encajar a nuestros viejos amigos en ella.

Anoche, entre birras, sonrisas y algún que otro suspiro de amor platónico, no pude evitar imaginar qué pasaría después de este verano que, con 18 recién cumplido, hemos aprendido a ser nosotros mismos. Y, creedme, tampoco pude evitar entristecerme al pensar que la vida nos obliga a alejarnos de esas murallas de reflexión, de esas fiestas que nos enseñaron más que la escuela, de esa gente que nos apoyaba más que la família.

No sé qué nos pasará después de esta última puesta de sol del verano. Pero sí sé que, de aquí 20 años, nos reencontraremos otra vez, los seis, en ese bar que nunca cambia, y nos daremos cuenta de cuánto hemos cambiado nosotros.

Tú vs yo.

Supongo que podrías decir, sin miedo a equivocarte, que te echo de menos. Que echo de menos despertarte cada día con un buenos días. Que echo de menos luchar por una relación que sólo yo quería. Que echo de menos bailar al son de la música con mis pies sobre los tuyos. Supongo que este vacío
que siento dentro es la fatla de tus manos envolviendo mi cintura mientras hablas en sueños sobre mi pecho. O quizas es que no he logrado desacostumbrarme a ti, aún. ¿Quién sabe? Igual sólo es un poco de ganas de ti, de tus besos, que se me acabará pasando con el tiempo.

Supongo que podría decir, sin miedo a equivocarme, que me has olvidado. Que ya no recuerdas lo que te escribía, y mucho menos lo que te decía. Que te alivia no tener a una pesada a tu lado intentando mantener algo imposible. Que te alegras de poder bailar sin dolor en los pies. Supongo que has empezado a dormir mejor, sin nadie que te aplaste los brazos. Y quizás ya te has desacostumbrado a mí. ¿Quién sabe? Igual nunca tuviste ganas de mí, de mis besos, y por esto te alejaste.

Lluvia.

Me gusta la lluvia. Siempre me ha gustado. De pequeña mis padres solían decirme que la lluvia se llevaba la suciedad, y siempre creía que se referían a la de las calles. Cada vez me cuesta más pensar que no se referían a la de mi vida. Me gusta el sonido de las gotas de agua estrellándose a gran velocidad contra mi ventana. A veces me gusta pensar que van en busca de su amor, otras que van en busca de su muerte. Cuando hay tormenta, me gusta más. La lluvia y los truenos suelen hacer que las voces de mi cabeza se olviden de odiarme y, por una sola vez, digan cosas bellas, hermosas, bonitas. Como la lluvia, que es preciosa.

Me gusta salir bajo la lluvia y que nadie pueda distinguir mis lágrimas de las del cielo. Algunas veces bailo y otras sólo camino. Depende de las ganas que tenga de desaparecer. Porque la lluvia me da ganas de cambiar. Se lleva la suciedad, ¿no? Pues que se lleve toda rutina de mi vida. Que me cambie, a mí, a mi pasado, a mi presente. A mi futuro no, porque de eso ya me ocupo yo.

De la lluvia me gustan incluso las goteras. Me recuerdan a las goteras que hay dentro de mí, en mi cabeza, en mi corazón, en mis ojos. Y el cielo, cuando llueve, me recuerda a mi estado de animo, que parece ser proporcional a la cantidad de lágrimas que llora la gente que está en el cielo, que nos extraña. Me gustaba pensar eso de pequeño, que la gente que echo de menos está en el cielo y, a veces, cuando me ven triste, llora por mí. Pero no tiene sentido. Si esto fura así, el cielo lloraría siempre.