Queridos reyes magos,

De pequeña siempre empezaba esta misma carta con un "Este año he sido muy buena, y por eso pido...". Pero este año no quiero hacer eso, pues creo que el mejor regalo es el de haber aprendido todo lo que he aprendido. Así que...

Queridos reyes magos,

Este año he aprendido que no tengo por qué dar explicaciones a nadie sobre lo que hago. Que la seriedad está bien, pero que todos necesitamos un poco de locura en la vida. He aprendido, o más bien descubierto, que le tengo pánico al amor; y supongo que he aprendido a luchar contra mis miedos porque me he enamorado varias veces.

Este año he aprendido que mi vida es mía, y no de los demás. Que si yo quiero hacer algo, tengo que hacerlo porque quiero, y no porque alguien me obligue. Que no puedo depender de nadie, porque todo el mundo se va. Que recordar todos mis errores no me sirve de nada, pero que olvidarlos es peor. He aprendido que ser yo misma es difícil, pero que merece la pena. He aprendido a no hacer caso de lo que los demás me digan. Este año he aprendido que la felicidad es momentánea, pero que durante los momentos de felicidad estás tan bien, que te da igual hundirte después. Que no estoy tan sola como pensaba. Y que levantarme siempre será más difícil que rendirme, pero también más satisfactorio.

Este año he aprendido a ser la mejor versión de mi misma, y por eso os pido... Nada. No os pido nada porque todo lo que necesitaba ya lo he aprendido este año.

Yo, tonta como siempre.

Tu voz es la mejor canción de amor que he escuchado nunca. Y digo de amor porque es lo que produce. Y digo que es la mejor por decir algo, porque tu voz está muchísimo más allá de la mejor. Pero es que cariño, hablo de tu voz por hablar de algo. Porque podría pasarme días hablando de tus ojos, o de tu pelo, o de ti, en general, y no me quedaría sin cosas buenas que decir. Que ya me puedes hacer todo el daño que quieras, que ya puedes intentar apartarme de tu lado, que yo de aquí no me muevo. Y no porque no quiera. Si no porque lo que sucedió esa vez, cuando te conocí, ¿te acuerdas? Llovía, y te vi de lejos. Esperando el bus y mojándote. Y yo, tonta como siempre, te ofrecí cobijo bajo mi paraguas. Y un café. Y una vida a mi lado.

Llegamos a tu casa y me desvelé en tu piel. No me dejé ni un rincón para descubrir después y, aun así, cada vez que vuelvo al paraíso que demuestra tu cuerpo, me sorprendo encontrando detalles que pensaba que ya había descubierto. Pero no, parece que tu cuerpo es una tesoro de detalles. O un tesoro, a secas. Y besé tu boca. Y me convenciste, sin haberlas probado, que las nubes tienen el sabor de tus labios. Ahora recuerdo lo que hicimos esa noche y me vuelve a gustar. Me acuerdo que al llegar a casa me enfadé por haberme vuelto enamorar. ¿Quién me iba a decir que ese orgasmo sería la puerta a tu amor? Creamos guerras en nuestras bocas, queremos conquerir el cuerpo del otro. Y te juro que tú ya has vencido mi corazón.

Pero no sé por qué, ahora, pretendes que me vaya. Quieres tenerme lejos. Me dices que ya no me quieres, que quieres olvidarte de mí, y me sonríes. Sé un poco coherente, por favor. Esa sonrisa grita un"Quédate" como una casa. Esa sonrisa demuestra que tienes menos ganas que me vaya, que yo de irme. Pero tú sigues ahí, dale que te pego, insistiendo en... ¿qué? ¿En que me vaya? No, por dios, eso te destruiría más a ti que a mí. De pequeña le prometí a mi madre que nunca me volvería adicta a nada. Pero llegaste tú y tus puñeteros ojos almendrados y me obligaste a romper esa promesa. Me he vuelto adicta a ti, a tus besos, a tus cariños y a tus palabras. Así que no, ni se te ocurra intentar apartarme de ti. Porque, ¿sabes? Estoy tan enamorada de ti que creo que el día que muera, no pasará mi vida por delante de mis ojos: pasará la tuya. Porque, al fin y al cabo, mi vida eres tú.